Quien dice que no existen las hadas, los elfos, los faunos y demás seres de la fantasia colectiva, posiblemente solo está mirando hacia afuera...
Pero estos seres se manifiestan en nuestra realidad, quieren tejer un puente entre nuestro exterior y nuestro interior... y entonces, ellos toman forma por pocos segundos por medio de nustros sueños he inspiraciones que muchos exteriorizamos por medio del arte, mas no hay
que caer en el engaño de creer que ellos son solo eso, las imágenes tambien podrian ser una puerta, hacia lo interno de nosotros, muchos de estos seres moran allí y suelen
manifestarse como imaginaciones, sueños y sentimientos. Todos tenemos nuestros
compañeros invisibles, pero pocos les prestamos intención y tienen tantas cosas
que decirnos, pero también es tan fácil malentenderlos del todo.
Vestimos lo invisible y lo misterioso por medio del arte, guiados
por la inspiración, ¿y para qué? para poder expresarlo, para poder
liberar de dentro de nosotros todas esas cuestiones que están sin interpretar,
que yacen dentro de nosotros con una forma hermosa pero incomprensible. Trabajamos
nuestra psique para lograr darles la vestimenta apropiada para sacarlos a la
conciencia de nuestra vida en vigilia. Como en aquel cuento de Anderssen que
trataba sobre una niña que tenia 11 hermanos que habían sido transformados en
cisnes por una bruja y que para volverlos humanos nuevamente, tiene que
tejerles unos ropajes con ortigas y en el proceso debe estar callada si no sus
hermanos quedarían condenados para siempre a ser Cisnes.
Así mismo hablar antes de terminar los ropajes, sería lo
equivalente a sacar conclusiones antes de tiempo sobre lo que llevamos adentro,
conclusiones apresuradas puede hacer que se formen dañinos prejuicios con los
que encarcelaríamos a nuestra alma, a nuestro ser.
Y así como esta joven que tenía que hacer los trajes de
ortiga para sus hermanos yendo al cementerio, es decir que tiene que ir a reflexionar
sobre la muerte y sus ancestros y en ese proceso había sido espiada por los
ayudantes del rey que al verla ir a esos lugares comenzaron a creer que ella
debe ser bruja por frecuentar esos lugares sin comprender el verdadero motivo
de sus andanzas; así mismo muchas veces nosotros nos vamos a ver en boca de
todos, malentendidos por gente que no va a poder comprender nuestro proceder y
nos juzgará en base a sus propios prejuicios, mas aun así como la joven del
cuento hay que ser valientes y continuar develando nuestros propios misterios,
hasta que todos vean cómo es que nuestros invisibles cisnes, cobran coherencia
con nuestras creaciones.
**************************************
Los cisnes salvajes – Hans Christian Andersen
**************************************
Los cisnes salvajes – Hans Christian Andersen
Hace muchísimos años vivía un rey que tenía once hijos y una
hija llamada Elisa. Los hermanos se querían mucho y eran muy unidos. Aunque
vivían en un hermoso castillo, jugaban y estudiaban como cualquier familia
grande y feliz. Por desgracia, su madre había muerto poco después del
nacimiento del último príncipe. Con el pasar del tiempo, el rey se repuso de la
muerte de su amada esposa. Un día, conoció a una mujer muy atractiva de quien
se enamoró. Sin sospechar que en realidad se trataba de una bruja, le propuso
matrimonio.
“Ella me hará compañía y mis
hijos tendrán de nuevo una madre”, pensó el rey. Sin embargo, el mismo día en
que llegó al castillo, la nueva reina resolvió deshacerse de los jóvenes
príncipes. La reina empezó a mentirle al rey para indisponerlo con sus hijos.
Luego, un buen día, reunió a los príncipes a la entrada del castillo.
—¡Fuera de aquí! —gritó—.
No los quiero volver a ver
nunca más.
Diciendo esto, levantó su capa
hacia el cielo y los convirtió a todos en cisnes salvajes. Pero, como eran
príncipes, cada uno llevaba una corona de oro en la cabeza. La malvada reina le
dijo al monarca que los príncipes habían huido del castillo.
—Olvídate de esos ingratos
—dijo. Luego, lo convenció de que Elisa necesitaba estar rodeada de otros
chicos y mandó a la niña a vivir con una familia de campesinos.
Cuando Elisa cumplió quince
años, el rey la mandó traer y la reina la recibió con una amabilidad fingida.
—Ven, preciosa —le dijo—.
Debes prepararte para saludar a tu padre.
Mientras Elisa se preparaba
para tomar el baño, la reina consiguió tres sapos, los besó y luego les ordenó:
—Tú te sentarás en la cabeza
de Elisa y la volverás estúpida. Tú te pondrás cerca de su corazón y se lo
endurecerás. Tú le saltarás a la cara y la volverás fea. Luego puso los sapos
en el agua, que tomó un color repugnante. Sin embargo, la dulzura y la
inocencia de Elisa rompieron el hechizo. Los sapos se convirtieron en amapolas
y el agua se volvió cristalina. Al ver esto, la reina se llenó de ira. Le
estregó barro en la cara a la muchacha y le enmarañó el cabello. Cuando Elisa
se presentó ante el rey, la indignación de éste fue enorme.
—¡Esta no es mi hija! —exclamó
el rey.
—¡Padre, soy yo, Elisa!
—replicó la muchacha.
—Es una pordiosera que sólo
quiere tu dinero —dijo la bruja.
—¡Llévensela! —ordenó el rey.
Con el corazón destrozado,
Elisa se fue al bosque. Extrañaba a sus hermanos más que nunca y deseaba con
toda su alma volver a verlos. Se sentó junto a un arroyo a lavarse la cara y a
desenredarse el cabello. En ese momento, una vieja mujer se le acercó.
—¿Ha visto a once príncipes
vagando por el mundo? —preguntó Elisa, esperanzada.
—No, mi querida niña, pero he visto once cisnes
con coronas de oro en la cabeza —respondió la anciana—. Vienen a la orilla de
aquel lago a la hora del crepúsculo.
Elisa se fue a la orilla del lago a esperar. Cuando el sol
se ocultó, escuchó un batir de alas. En efecto, eran los once cisnes salvajes
con sus once coronas de oro en la cabeza. Al principio, Elisa se asustó y se
escondió detrás de una roca.Uno a uno, los cisnes se fueron posando en la
orilla. Al tocar el suelo, recobraban su aspecto humano. Encantada, Elisa vio
desde su escondite que los cisnes eran sus hermanos.
—¡Antonio, Sebastián! ¡Soy yo,
Elisa! —gritó, mientras corría a abrazarlos.
Todos se reunieron en torno a
ella, felices de estar de nuevo juntos, después de tanto tiempo. ¡Fue un
instante glorioso! Los once príncipes le narraron a su hermana de qué manera la
bruja perversa los había convertido en cisnes y Elisa, a su vez, les contó que
a ella la había echado del castillo.
—De día somos cisnes y al
atardecer volvemos a ser humanos —explicó Antonio, el mayor de los hermanos.
—Encontraré la manera de
romper el hechizo —les aseguró Elisa.
Los hermanos encontraron un
pedazo de lienzo lo suficientemente grande para llevar a Elisa en él. Al
amanecer del día siguiente, la alzaron en vuelo con suavidad. Sebastián, el
menor de todos, le daba bayas para comer. Cuando el sol empezó a ocultarse otra
vez, llegaron a una cueva secreta, en un bosque apartado. Esa noche, Elisa soñó
con un hada que volaba en una hoja.
—Podrás romper el hechizo si
estás dispuesta a sufrir —susurró el hada—. Debes recoger ortigas y tejer once
camisas con el lino que saques. Cuando las hayas terminado, deberás lanzárselas
a tus hermanos para romper el hechizo. ¡Pero escucha bien! No puedes ni hablar
ni reírte hasta no haber terminado.
—Eso no importa —respondió
Elisa en sus sueños—. ¡Haré lo que sea necesario para salvar a mis hermanos!
Cuando Elisa se despertó esa
mañana, sus hermanos ya se habían ido. En el suelo, junto a ella, había una
pila de hojas de ortiga. Elisa se puso a trabajar de inmediato. Al regresar los
príncipes a la cueva, encontraron a su hermana tejiendo una prenda bastante
curiosa. Elisa tenía las manos llenas de heridas.
—¿Qué haces? —preguntó
Sebastián. Pero su hermana no podía decir nada.
Sebastián no pudo evitar que
se le llenaran los ojos de lágrimas cuando se inclinó a mirar las manos de
Elisa. Las lágrimas cayeron en sus dedos y las heridas desaparecieron inmediatamente.
Ella le sonrió agradecida, pero no se atrevió a decir ni una sola palabra. Los
hermanos observaron durante un rato. El asunto era muy misterioso, pero ellos
sospecharon que algo mágico debía estar ocurriendo. A lo mejor, Elisa estaba
tratando de salvarlos. Al otro día, cuando ya sus hermanos se habían ido, Elisa
salió de la cueva.
“Haré mi trabajo a la sombra
de aquel roble”, pensó. “Allá no me verán.”
Sin embargo, un grupo de
cazadores la descubrió.
—¿Tú quien eres? —preguntó uno
de ellos con voz áspera. Al no obtener respuesta, la levantó a la fuerza.
—Quietos —dijo una voz. Era un
joven rey.
—¿Cómo te llamas? —preguntó
amablemente el rey. Elisa se limitó a sacudir la cabeza y a sonreír.
—Ella vendrá conmigo —dijo el
rey y ordenó a los cazadores retirarse.
De regreso en el castillo, el
joven rey intentó hablarle a Elisa en diferentes idiomas, pero ella no hacía
más que tejer. Aunque la muchacha no decía nada, su mirada dulce y su linda
cara cautivaron el corazón del rey. Elisa vivía ahora rodeada de lujos, pero
pasaba la mayor parte del tiempo tejiendo en silencio. El rey se sentaba junto
a ella y era feliz en su compañía. Un día, decidió hablar con el arzobispo.
—Amo a esta dulce doncella
—anunció—, y deseo casarme con ella.
—Su majestad no sabe nada
sobre esta muchacha —replicó el arzobispo—. Bien podría ser una bruja. Ese
tejido es bastante extraño. Sin embargo, el rey estaba decidido. Elisa escuchó
en silencio la propuesta del rey y le apretó suavemente la mano. La boda tuvo
lugar poco después. Elisa siguió tejiendo hasta que un día se le acabaron las
ortigas. Una noche, se fue al cementerio a recoger más hojas. Aunque allí había
tres brujas reunidas, Elisa no hizo caso y pensó sólo en las camisas de sus
hermanos. El arzobispo, que la había seguido, se fue a alertar al rey:
—Le dije a su Majestad que su
esposa tenía trato con las brujas —afirmó el arzobispo.
El rey queriendo comprobar tal
acusación se fue al cementerio. Aterrado, vio a Elisa cerca de las brujas, en
torno a una tumba.
—No lo puedo creer —dijo el
rey, desconsolado—. Castígala, si eso es lo que debes hacer.
Elisa fue acusada de brujería.
—Esposa mía, te ruego que
hables en tu defensa —suplicó el rey. Pero Elisa no podía más que mirarlo con
ojos tristes.
Al otro día, la llevaron a la
plaza para quemarla en la hoguera. Elisa seguía tejiendo y llevaba con ella las
diez camisas para sus hermanos. La muchedumbre enfurecida gritaba:
—¡Quemen a la bruja!
De repente, en el cielo
aparecieron once cisnes salvajes que descendieron hacia Elisa. Al verlos, ella
les lanzó de inmediato las camisas. La gente se quedó atónita al ver que los
cisnes se convertían en príncipes. Sebastián, quien recibió la undécima camisa
con una manga sin terminar, tenía todavía un ala.
—¡Sálvenme! —gritó por fin
Elisa—. ¡Soy inocente!
Rodeada de sus hermanos, Elisa
se presentó ante el rey. Las lágrimas le rodaban por las mejillas a medida que
iba relatando la historia de la madrastra, del encuentro con sus hermanos y el
motivo de su silencio. El rey también lloró de felicidad y abrazó a su esposa
con ternura. —Sólo alguien con un corazón tan bueno como el tuyo haría ese
sacrificio —dijo el rey.
La multitud gritaba
alborozada:
—¡Dios bendiga a la reina! Fue
entonces cuando Elisa notó el ala de Sebastián.
—¡Tu brazo, mi pobre hermano!
—dijo Elisa llorando.
—No llores —la consoló Sebastián—. Llevaré con
orgullo esta ala de cisne como prueba de tu amor generoso e incondicional.