martes, 29 de noviembre de 2016

KOOMARA, EL MURRUGHACH

Hoy aprovecho para traerles un cuento celta, el cual transcurre a orillas del mar. 

Un Pescador llamado Jack Dogherty entablará amistad con un hombre pez que en la mitología celta es conocido por el nombre de murrughach o merrow.

Los Merrow son unas criaturas marinas con características semi-humanoides pertenecientes al folklore de Irlanda. 




Pirograbado
(Ilustración original de Alan Lee)
Al contrario de las sirenas y tritones, muchos de los merrows son caracterizados como seres de una apariencia que mezcla características del elemento acuático en su cuerpo (que ya de por si es mezcla de pez y humano). Estos elementos pueden ser desde algas que salen de las extremidades, pelo de color verde con musgo, he incluso incrustaciones de caracoles y conchas marinas en el cuerpo, muy al estilo de los tripulantes del holandés errante de la película "Los piratas del Caribe".


Estos personajes son considerados en Irlanda como seres no muy amigable hacia el ser humano, los cuales generan desconfianza por sus horribles apariencias y además por ser conocidos por traer desgracia a los seres humanos que osan acercárseles.

Otra característica que está presente en el cuento que les mostraré a continuación es el hecho de que muchos de estos seres cuentan en sus leyendas con ropajes especiales que les ayudan a trasladarse como por arte de magia hacia cualquier lugar del océano, ir en contra de la corriente es muy sencillo con estas prendas mágicas que muchos humanos codician por sus peculiares cualidades.


Este cuento es uno de mis favoritos por que narra un tema que según mi opinión es muy importante a nivel simbólico: La amistad, el deber y la fidelidad para con los antepasados. Jack en un momento determinado se verá obligado a elegir entre hacer el bien, a costa de desatar el enojo de su muy querido amigo marino... 

Bueno sin más preámbulos, les presento: 



KOOMARA, EL MURRUGHACH

Jack Dogherty vivía al pie de los acantilados de Ballyvaghan, en el condado de Clare, Irlanda. Jack, un pescador como lo habían sido su padre, su abuelo y diez generaciones anteriores, vivía, al igual que ellos, completamente solo con su mujer, y en el mismo lugar y la misma casa que habían habitado sus antepasados. La gente a menudo se preguntaba por qué la familia Dogherty era tan aficionada a vivir en condiciones tan inhóspitas, apartadas de la humanidad, entre rocas despedazadas, sin otra perspectiva que el inmenso pero siempre mutable océano. Lo que los demás no sabían era que ellos tenían muy buenos motivos para hacerlo.

El lugar era, por alguna razón desconocida, el único paraje costero de aquella comarca a donde nadie más se había atrevido a ir a vivir. En esa región, los pétreos acantilados formaban pequeñas bahías protegidas de las tempestades, donde una barca de escaso porte podía encontrar un excelente refugio contra los rigores del clima. Pues bien, en lo alto de la cala de Dunbeg Bay, sobre una saliente de rocas que se prolongaba hasta hundirse en el mar, los Dogherty habían asentado sólidamente su casa, y siempre que el Atlántico, tal como solía hacerlo con frecuencia en los duros inviernos del norte, desencadenaba violentamente su furia contra la costa, desde sus ventanas ellos podían observar los barcos que regresaban muy cargados de las Indias y que, al verse obligados por los vientos a pasar cerca de aquella costa, se destrozaban irremediablemente contra los traicioneros escollos semisumergidos.

Y entonces, las pacas de algodón y tabaco, las pipas de vino, los barriles de ron, los toneles de brandy y los cuñetes de encurtidos y aceitunas iban a parar ineludiblemente a la costa, por lo que Dunbeg Bay era para los Dogherty algo así como un pequeño feudo, con una provisión inagotable de alimentos y delicadezas gastronómicas que no muchos podían disfrutar por los alrededores.

Sin embargo, los Dogherty eran también caritativos y humanos con los marineros en desgracia; y ciertamente, fueron muchas las veces en que Jack sacó su pequeño bote, con riesgo de su propia vida, para ayudar a los ocupantes de algún navío que había naufragado. Pero cuando un barco se hacía pedazos y toda su tripulación se perdía, ¿quién podía culpar a Jack de recoger todo lo que encontrara?

—¿Y a quién perjudico yo con esto? —decía—. Por lo que al rey respecta, ¡que Dios lo lleve siempre de su mano!; todo el mundo sabe que ya es suficientemente rico sin necesidad de yo le entregue lo que recojo del mar.

Pero no piensen que Jack, a pesar de ser un ermitaño por su forma de vida, no era un hombre sociable y gentil; más aún, fue esa amabilidad y dulzura de su carácter, y no otra cosa, lo único que pudo convencer a Biddy Mahony de abandonar la cálida y confortable casa paterna, en la ciudad de Inis, en el condado de Limmerick, para ir a enterrarse entre las rocas, a tantas millas de distancia, con las focas y gaviotas como únicas "vecinas".

Sin embargo, Biddy sabía que Jack era el hombre perfecto para cualquier mujer que deseara vivir feliz y cómoda; porque, sin mencionar el pescado que él mismo pescaba, la casa de Jack, con todos aquellos "regalos del cielo" que llegaban a la bahía, estaba mejor abastecida que la mitad de todas las mansiones nobles de la región. Y ella sabía que había acertado en su elección, porque ninguna mujer podía comer, beber y dormir mejor que lo que ella lo hacía, ni mostrar una apariencia tan digna y saludable en los servicios dominicales de la iglesia, como la señora Dogherty.

Como puede suponerse, fueron muchas las escenas extrañas que Jack pudo contemplar; y muchos los sonidos insólitos que pudo escuchar a lo largo de aquella vida junto al acantilado, pero nunca se dejó intimidar por lo que percibía. Más aún, estaba tan lejos de tener miedo a las sirenas, murrughachs o cualquier otro de los "seres pequeños", que el más grande deseo de su corazón era, sin lugar a dudas, encontrarse con uno de ellos. Jack siempre había oído decir a su padre y a su abuelo que allí los había en cantidad y que, a pesar de ser tan grandes como los hombres y mucho más fuertes, los encuentros con los merrows, como los llamaban algunos, siempre traían aparejado algún beneficio. Para su descontento, Jack nunca había podido ver, ni siquiera vagamente, a los murrughachs deslizándose sobre la espuma de las olas, envueltos en sus vestidos de bruma, a pesar de que muchas veces los buscara con afán; ¿en cuántas ocasiones lo había regañado Biddy por pasarse el día entero en el mar y haber regresado sin siquiera un pez? ¡ Poco podía imaginarse la pobre Biddy tras qué clase de pez andaba realmente su Jack!

Para Jack resultaba extremadamente irritante que, aun viviendo en un lugar donde los murrughachs abundaban como las gaviotas, nunca hubiera podido ver ni siquiera la sombra de uno. Pero lo que más le molestaba, en realidad, era que tanto su padre como su abuelo los habían visto en incontables ocasiones, y hasta recordaba que, siendo todavía un niño, había oído cómo uno de sus ancestros, el primer Dogherty de la familia en asentarse junto a la bahía, había intimado tanto con un murrughach que, si no hubiese temido indignar al cura, seguramente lo habría adoptado como a un hijo más. Aunque Jack, a pesar de creer en casi todas las leyendas familiares, tenía una marcada propensión a dudar de ésta en particular.

Finalmente, la fortuna creyó que ya era hora de que Jack conociera aquello que su padre, su abuelo y tantos otros antepasados habían conocido y que a él le había sido negado aún. De modo que, un día que Jack se había alejado un poco más que de costumbre a lo largo de la costa, en dirección norte, al llegar a unos riscos más allá de los cuales pensaba echar sus redes, vio algo que, sin parecerse a nada que él hubiera visto anteriormente, se posaba sobre una roca que se encontraba algo apartada de la orilla. Por lo que pudo apreciar desde la distancia, su cuerpo era verde y, de no ser una cosa imposible, hubiera jurado que sostenía en la mano un sombrero de tres picos. Jack permaneció allí durante más de media hora, forzando la vista y maravillándose ante la visión, sin que aquel ser moviera una mano ni un pie en todo ese tiempo.

Al fin la paciencia de Jack se agotó, y éste lanzó un fuerte silbido, inmediatamente seguido por un grito de saludo, con lo que el murrughach, sobresaltado, se calzó el sombrero de tres picos y en un solo movimiento se arrojó de cabeza al agua.

Jack sintió que la excitación le corría por las venas como un ruego fatuo, y dirigió sus pasos hacia el risco en que había visto al ser; pero no logró percibir ningún rastro del misterioso y anfibio caballero del sombrero, por lo que, dando vueltas y más vueltas al asunto dentro de su cabeza, comenzó a creer que simplemente había estado soñando despierto.

Sin embargo, un día tormentoso en el que el mar golpeaba furiosamente contra los acantilados, impidiéndole salir a pescar, Jack Dogherty decidió ir a echar una ojeada a la que él llamaba ya roca del murrughach, pensando que hasta ese momento siempre había escogido días tranquilos y que, quizás, aquel ser podía preferir un clima más turbulento para sus andanzas. ¡Y cuál no sería su sorpresa al acercarse y ver a la extraña criatura haciendo piruetas encima de la roca, para luego sumergirse, subir otra vez de un salto y zambullirse nuevamente en el mar!

Jack no cabía en sí de la alegría; de allí en más, sólo tenía que escoger el tiempo apropiado (es decir, que fuera un día bien agitado), y podría ver al hombre del mar tantas veces como se le antojara. Todo esto, sin embargo, ya no le parecía suficiente, y se dijo a sí mismo:
—No puedo conformarme con sólo haberlo visto; tengo que lograr acercarme más a él —y desde ese momento sólo podía pensar en entrar en contacto con el murrughach, cosa que, finalmente, pudo lograr algún tiempo después.

Hasta que un día terriblemente borrascoso, mientras Jack se dirigía hacia el punto desde donde solía observar la roca del murrughach, la tormenta se desencadenó con tanta violencia que obligó a Jack a buscar abrigo en una de las numerosas cuevas existentes a lo largo de la costa; y allí, para su total deleite, encontró sentado en una roca a un ser de pelo verde, un único diente del mismo color, desmesuradamente largo, una insólita nariz roja y ojos pequeños y porcinos. Tenía cola de pez, las piernas y el torso cubiertos de escamas, y sus brazos eran cortos como aletas, con los dedos unidos por una membrana. No tenía ropas, pero sostenía el tricornio bajo su brazo y parecía estar sumido en una profunda meditación.

Reuniendo con gran esfuerzo todo su valor, ya que estaba algo más que asustado, Jack pensó: "Ahora o nunca"; se acercó al pensativo hombre-pez y, quitándose el sombrero, hizo uso de su mejor reverencia, al tiempo que decía:
—Para serviros, señor, en lo que gustéis mandar.
—Para servirte atentamente, Jack Dogherty—, contestó el murrughach.
—¡Creedme que me sorprende que conozcáis mi nombre, señor!—, exclamó Jack.
—¿Cómo no iba a conocer tu nombre, Jack Dogherty? ¡Yo conocía a tu abuelo Cougar mucho antes que se casara con Judy Regan, tu abuela, y lo mismo a tu bisabuelo y tu tatarabuelo! Sin embargo, debo decirte que al que más aprecié fue a tu abuelo; fue un hombre de gran valía, tanto durante su juventud como en la vejez; jamás encontré a nadie, en ningún lugar del mundo, ni antes ni después de su partida, que pudiera beber como él de una caracola de brandy. Espero, querido muchacho —dijo aquel viejo ser con un alegre centelleo en los ojos—, que seas un nieto merecedor de su herencia.
—No temáis por eso —bromeó Jack—, si mi madre me hubiera criado a base de brandy, ¡os aseguro que todavía sería un niño de pecho!
—Bien, me gusta oírte hablar como un hombre; tú y yo deberíamos conocernos más, aunque tan sólo sea por la memoria de tu abuelo. ¡Pero tu padre, Jack, era otra cosa! El no tenía cabeza.
—Estoy seguro —dijo Jack— de que, dado que vives debajo de estas aguas heladas, debes de tener necesidad de beber bastante para mantenerte caliente en un lugar tan húmedo, frío y cruel... Bueno, cuando un hombre bebe mucho, se dice que "ese cristiano toma como un pez"; pero ¿podría preguntarte de dónde es que sacan ustedes el licor?
—¿De dónde lo sacas tú, Jack? —dijo el murrughach, retorciéndose la nariz con sus dedos índice y pulgar.
—¡Caray! —exclamó Jack—, ya puedo imaginarme la respuesta; apuesto a que tienen una hermosa bodega allá abajo, donde lo guardan.
—Déjate de bodegas —dijo el murrughach, guiñando su ojo izquierdo en un gesto de complicidad.
—Estoy seguro —continuó Jack— de que debe de ser algo digno de verse, sin lugar a dudas.
—Puedes apostar a ello, Jack —dijo el murrughach—, y si vienes aquí a la misma hora, el próximo lunes, hablaremos algo más sobre este asunto.
El murrughach y Jack se despidieron como si se tratara de dos amigos de la infancia, y el lunes siguiente se volvieron a encontrar, y a Jack lo sorprendió ver esta vez que el murrughach llevaba dos sombreros, uno debajo de cada brazo.
—Perdona mi atrevimiento —dijo Jack—, pero, ¿por qué llevas dos sombreros? Dudo mucho que sea para regalarme uno de ellos, ¿o sí?
—No, no, Jack —dijo él—, no consigo estos sombreros tan fácilmente como para andar obsequiándolos a troche y moche; pero quiero que vengas a comer conmigo, y traje un sombrero de más para que bajes con él.
—¡Dios me ampare y me bendiga! —exclamó Jack, asombrado—. ¿Quieres que yo baje hasta los abismos de ese frío océano? ¡Pero si me asfixiaría y moriría a los pocos minutos de sumergirme! ¿Y entonces qué le pasaría y, sobre todo, que diría, la pobre de Biddy?
—¿Y a ti qué te importa lo que ella diga? ¿Quién puede preocuparse por los rezongos de una mujer? Tu abuelo nunca habría contestado de esa forma. Muchísimas veces se colocó este mismo sombrero sobre su cabeza y se zambulló sin hesitación detrás de mí; como tampoco fueron pocos los exquisitos banquetes y las caracolas llenas de brandy que él y yo degustamos juntos allí abajo, en las profundidades.
—¿Entonces es cierto?, ¿no será algún tipo de broma pesada? —preguntó Jack, algo avergonzado—. Bueno, de ser así, ¡se me caería la cara de vergüenza si no demostrara tener las mismas agallas y el coraje de mi abuelo! Así que allá voy; ¡y espero que no estés engañándome, porque voy a jugarme a todo o nada! —exclamó Jack.
—Creo que ahora estoy empezando a ver algo de tu abuelo en ti —dijo en tono socarrón el anciano murrughach—. Y ahora no perdamos más el tiempo, y haz lo que yo haga.
Abandonaron la cueva para adentrarse en el mar, nadando un trecho hasta llegar a una roca cubierta de algas. Jack tuvo que esforzarse para trepar hasta la cima, siguiendo los pasos del merrow. El lado posterior del islote era tan recto como el más perfecto de los muros, y por debajo, el mar era, a su vez, del azul oscuro que sólo tienen las grandes profundidades, a tal punto que Jack por poco desiste de su aventura.
—Ahora, Jack —dijo el murrughach—, simplemente, ponte el sombrero, aférrate de mi cola, procura mantener los ojos abiertos, y te aseguro que te gustará ver lo que verás si me sigues de cerca.
Y tan pronto como terminó de decir esto, la criatura se lanzó hacia las aguas, seguida por el valeroso Jack. Y así se sumergieron y sumergieron, cada vez a mayor profundidad, a tal punto que Jack creyó que nunca iban a detenerse. Muchas veces deseó estar en su casa, sentado con Biddy junto al fuego, pero pronto comprendió que de poco le serviría desear nada en ese momento, mientras se encontrase, por lo que parecía, a muchas millas bajo la superficie del océano Atlántico.
Todos los esfuerzos de Jack se concentraban en permanecer aferrado con desesperación a la cola del murrughach, a pesar de lo resbaladiza que era; y entonces, para su total sorpresa, salieron del agua y se encontraron sobre tierra firme, aunque sin haber abandonado el fondo mismo del mar. Cuando Jack miró a su alrededor, asombrado, se encontró frente a una hermosa casa techada con nacaradas ostras dispuestas a modo de tejas, y el murrughach giró sobre sus pies para dar a Jack la bienvenida.
Jack quiso agradecerle su recepción, pero las palabras no salieron de su boca, por un lado, por encontrarse atónito por la emoción y, por otro, por haber perdido el aliento debido a su odisea a través del mar. Miró a su alrededor, pero no pudo divisar a ningún otro ser viviente aparte de los cangrejos y las langostas que, en gran cantidad, se paseaban indiferentes a lo largo y lo ancho de la playa. Justo por encima de sus cabezas, estaba el mar, como un firmamento, y los peces se paseaban por él como los pájaros se pasean por el cielo.
—¿Por qué no dices palabra, hombre? —dijo el murrughach—. Cualquiera diría que no tenías ni la más mínima idea de que podría existir un refugio tan acogedor aquí, ¿eh? ¡Tampoco pareces asfixiado o ahogado, como temías! ¿O acaso estarás preocupado por Biddy?
—¿Eh? ¡Oh, no, no, qué va! —dijo Jack, haciendo una mueca de placer que dejaba ver sus dientes—; pero a cualquier persona del mundo de afuera que se le hubiera ocurrido siquiera decir que se podría ver algo semejante, la hubieran tratado de loca.
—Bueno, basta por ahora; ven conmigo y veamos qué exquisiteces han preparado para nosotros.
Jack estaba realmente hambriento, y su sorpresa no fue menor cuando por la chimenea vio dibujarse una delgada columna de humo, a modo de preámbulo para lo que esperaba adentro. Siguió al murrughach al interior de la casa, donde pudo ver una enorme y bien equipada cocina. No faltaban en ella un elegante aparador y una enorme cantidad de ollas y cacerolas, y Jack pudo ver a dos jóvenes murrughachs cocinando.
Siempre guiado por su anfitrión, Jack pasó de largo junto a ellos, y entró en el comedor, el cual, en contraste con la estancia anterior, estaba muy pobremente amueblado. El salón era bastante amplio, pero no había en él mesas ni sillas para sentarse, sino tan sólo algunos troncos y tablones de madera. Sin embargo, para regocijo de Jack, había un buen fuego ardiendo en el hogar.
—Ven, Jack, tengo que enseñarte el lugar en donde guardo tú ya sabes qué —dijo el murrughach dirigiendo una mirada cómplice a su huésped, mientras abría una pequeña puerta y descubría una increíble bodega, llena de barriles, cuñetes y toneles.
—¿Qué te parece, Jack Dogherty? ¿Eh? ¿Acaso sigues creyendo que no se puede vivir confortablemente debajo del agua?
—Nunca lo puse en duda —dijo Jack con un chasquido de labios cómplice, señal de que estaba realmente convencido de lo que decía.
Volvieron al comedor justo a tiempo para encontrar la comida servida. No había mantel alguno, lo cual era de esperarse, pero ¿realmente importaba? Ni siquiera Jack tenía uno en la mesa siempre. La comida no habría desacreditado a la mejor casa del país de Erín después de un día de ayuno de Cuaresma. La mesa era un completísimo muestrario de lo más selecto que el mar puede entregar: róbalos, esturiones, langostas, lenguados, ostras y unas veinte especies más, junto al más fino surtido existente de licores extranjeros, ya que los vinos, según explicó más tarde el merrow, eran demasiado livianos para su gusto.
Jack comió y bebió hasta el hartazgo, y entonces, al tiempo que tomaba una caracola de brandy, dijo:
—A tu salud, señor; aunque, si perdonas mi impertinencia, es algo inapropiado que, en lo que llevamos tratándonos, aún no conozca tu nombre.
—¿Sabes, Jack? Creo que tienes razón —respondió él—, no me había acordado de ello antes, pero siempre es mejor tarde que nunca ¿verdad? Mi nombre es Koomara.
—Y un hermoso nombre es, sin lugar a dudas —dijo Jack, al tiempo que tomaba otra caracola—. A tu salud, entonces, Koomara. ¡y que vivas los próximos cincuenta años!
—¡Cincuenta años! —repitió Koomara—. ¡Desde luego que te lo agradezco! Si hubieras dicho quinientos, sin embargo, habría sido algo que valdría más la pena.
—¡Por todos los cielos! —exclamó asombrado Jack—. ¡Por lo que veo, alcanzan unas edades increíbles aquí debajo de las aguas! Tú conociste a mi abuelo, que ha estado muerto desde hace ya más de sesenta años. Este debe de ser un lugar muy saludable para vivir, sin lugar a dudas.
—En efecto, así es; pero, ánimo, Jack, no dejes que ese delicioso licor se te avinagre.
Vaciaron caracola tras caracola, y para su total sorpresa, Jack observó que en ningún momento la bebida se le subía a la cabeza, debido, según supuso, al hecho de encontrarse por debajo del mar, lo que mantenía su mente despejada.
El viejo Koomara, por el contrario, se sintió bastante alegre y entonó algunas canciones, pero Jack, aunque su vida hubiera dependido de ello, nunca fue capaz de recordar más que esto:

—¡Rum fun boodle boo,
Ripple dipple nitty dob;
Dumdoo doodle coo,
Raffle taffle chittiboo!

Ese era el estribillo de tan sólo una de ellas; y, a decir verdad, nadie rué capaz de encontrarle sentido alguno; aunque éste, seguramente, es el caso de la mayoría de las canciones de hoy en día.
En un momento dado, el anfitrión le dijo a Jack:
—Ahora, mi querido amigo, si me concedes el honor de seguirme, te mostraré mis "curiosidades".
Abrió una pequeña puerta y condujo a Jack hacia el interior de una gran cámara, en donde pudo ver una gran cantidad de curiosidades y objetos varios que Koomara había ido recogiendo durante sus numerosas expediciones. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Jack fueron unas cosas parecidas a tarros de langostas, que yacían en el suelo, alineadas a lo largo de la pared.
—¿Y, Jack, ¿qué te parecen mis "curiosidades"? —dijo el viejo Koomara.
—Por Dios, señor —dijo Jack—, en verdad que vale la pena verlas; pero, ¿me permitirías la osadía de preguntarte qué son esas cosas que parecen tarros de langostas?
—¡Ah!, te refieres a mis "jaulas de almas", ¿no?
—¿Las qué?
—Esas cosas en donde guardo las almas.
—¿Qué almas? —dijo Jack que no podía terminar de creer lo que acababa de oír—. ¿Es que acaso los peces tienen almas?
—¡Oh, no! —contestó Koomara, con un dejo de indiferencia en la voz—; de eso no tienen; éstas son las almas de marineros ahogados.
—¡Que el señor nos proteja de todo mal! —murmuró Jack, absolutamente sorprendido—. ¿Cómo demonios las has conseguido?
—A decir verdad, es bastante fácil; tan sólo tengo que esperar a que se avecina una tormenta, colocar un par de docenas de ellas por aquí y allá, y entonces, cuando los pobres marineros mueren ahogados y sus almas abandonan sus cuerpos y se encuentran bajo las aguas, al no estar acostumbradas al frío y ser tan frágiles, corren también un gran riesgo de morirse; así que se meten en mis jaulas para buscar cobijo, y como ahí dentro están tan cómodas y calentitas, entonces yo las traigo aquí a casa, donde ellas tienen un excelente refugio ¿A ellas no les parecería así?

Jack estaba completamente pasmado, al punto de no saber qué decir, por lo que no dijo absolutamente nada. Volvieron al comedor y bebieron más del excelente brandy, y luego, debido a que Jack presentía que estaba empezando a hacerse tarde y que Biddy podría comenzar a inquietarse, se levantó y expresó sus deseos de volver a tierra firme.

—Como desees, Jack —le dijo Koomara —; pero bebe un último trago antes de partir; te ayudará con tu fría travesía.
Debido a sus buenas maneras, a Jack le era imposible rechazar aquel último vaso de despedida.
—Me pregunto —comentó— si podré recordar el camino de vuelta a mi casa.
—No debes preocuparte por ello —replicó su anfitrión—, ya que yo te mostraré el camino.
Salieron de la casa, y Koomara tomó uno de aquellos extraños sombreros, poniéndolo en la cabeza de Jack, pero con los picos apuntando en dirección contraria a la vez anterior, para luego elevarlo por sobre sus hombros, tirando de él en dirección de las aguas.
—Pronto —dijo, al mismo tiempo que le daba impulso— vas a aparecer exactamente en el mismo lugar en el que nos sumergimos; ah, y no te olvides de devolverme el sombrero; recuerda que son costosos —dijo Koomara en tono de broma.
Al tiempo que decía esto, se separó de Jack con una leve inclinación, causando que éste saliera disparado a través de las aguas, a modo de burbuja, hasta que finalmente llegó a la piedra desde la cual habían saltado; allí se sacó el sombrero y lo arrojó al agua, donde se hundió como si de una pesada piedra se tratase.

Jack arribó justo a tiempo para ver una hermosa puesta de sol en la apacible tarde de verano. En poco tiempo se podría ver en aquel bello cielo a Feascor mientras titilara vagamente en el firmamento sin una sola nube, como la solitaria estrella que era. También se podrían ver las olas del Atlántico mientras reflejaran la luz de las estrellas, brillando como una inundación dorada.

En ese momento, Jack se dio cuenta de qué tan tarde era y emprendió el viaje de vuelta a su casa; pero no contó ni una palabra a Biddy de cómo ni dónde había pasado el día.
Aquellas pobres almas, encerradas en tarros para langostas, eran motivo más que suficiente de preocupación para Jack, que pasó largo rato pensando en algún plan para liberarlas. Lo primero que le vino a la mente era hablar del asunto con el cura, pero ¿qué podría hacer el cura?, ¿qué le podría importar a Koomara lo que dijera o hiciera el cura? Aparte de eso, parecía un buen tipo, a quien no se le ocurría pensar que estuviera haciendo algún daño. También Jack pensó en sí mismo, y no consideró bueno para su reputación que la gente anduviera diciendo por ahí que él andaba comiendo con murrughachs. Finalmente ideó un plan: invitaría a Koomara a comer, devolviendo su invitación, y, si es que eso era posible, lo emborracharía para apoderarse de su sombrero y dirigirse hacia el fondo del océano para auxiliar a esas pobres almas. Pero, por sobre todo, era absolutamente necesario mantener alejada a Biddy de todo aquello, porque ella, al fin y al cabo, era una mujer, y Jack era lo bastante prudente como para mantener el asunto en secreto incluso ante ella.

Siguiendo cuidadosamente su plan y en un rapto de piedad, Jack le comentó a Biddy que él había pensado que sería bueno para sus almas que ella realizara su visita anual al pozo de Saint John, en las cercanías de Inis. Afortunadamente, Biddy pensó lo mismo, y una mañana partió, no antes de dar a Jack estrictas instrucciones sobre la vigilancia de la casa. Por fin, sin "ningún moro en la costa", Jack se dirigió hacia la roca para llamar a Koomara con la señal que habían prefijado: Jack debía lanzar una piedra de gran tamaño al agua. Inmediatamente después de hacerlo, apareció Koomara, que saludó a Jack —¡Hola, Jack! ¿en qué te puedo ayudar?

—En nada de lo que haya que hablar mucho, en realidad —contestó éste—; tan sólo venía a ver si querrías comer conmigo, ya que aún te debo la invitación.
—A decir verdad es una proposición agradable, Jack, te lo garantizo. ¿A qué hora te parece bien?
—A la hora que te sea más conveniente. Digamos... ¿qué tal a la una? Si vienes a esa hora luego puedes regresar a tu casa con la luz del día.
—Allí estaré, no te preocupes —dijo Koomara y volvió a sumergirse.
Jack volvió a su casa para preparar una substanciosa comida a base de pescados e hizo buen uso de sus mejores licores extranjeros. A decir verdad, era cantidad suficiente de alcohol para emborrachar a veinte hombres. Puntualmente a la una, apareció Koomara con su clásico sombrero de tres picos debajo del brazo. La comida ya estaba servida, por lo que se sentaron a la mesa para disfrutarla. Bebieron y comieron en abundancia, y Jack, pensando en esas pobres almas encerradas allí abajo, no escatimó brandy, mientras animaba a Koomara a cantar, esperando el momento en que éste cayera dormido al suelo. Lo que el pobre Jack había olvidado era que en esta ocasión no se encontraban bajo las aguas, con lo que el brandy se le subió a la cabeza y le hizo efecto; entonces Koomara se retiró, dejando a su anfitrión durmiendo como un bebito.
Jack despertó a la mañana siguiente, sintiéndose inmensamente triste.
—No tiene sentido intentar emborrachar a ese viejo jaranero —se dijo Jack—. Entonces, ¿como haré para liberar a esas pobres almas de sus jaulas?
Finalmente, luego de haber estado pensando todo el día, una idea le vino a la cabeza.
—¡Lo tengo! —se dijo mientras se golpeaba la rodilla, en un gesto de satisfacción—. Estoy seguro de que Koomara, por más viejo que sea, nunca ha probado ni una gota de pateen. ¡Eso sí que lo va a dejar fuera de combate! Por lo tanto, mejor aprovecho mañana mismo, antes de que Biddy regrese a casa, y le hago otra propuesta.

Jack volvió a invitar a Koomara, y éste se rió de lo cabezadura que era aquél, al mismo tiempo que le decía que nunca llegaría a igualar a su abuelo en lo que a beber se trataba.
—Al menos, dame otra oportunidad —pidió Jack—, ¡así podré ver cómo te emborrachas, y luego te recuperas, tan sólo para volver a emborracharte!
—Eso lo veremos, mi querido Jack —dijo Koomara, a modo de despedida.
En esta ocasión, Jack se cuidó de guardar su propio licor mientras daba al murrughach el brandy más fuerte que tenía, para finalmente preguntarle:
—Koo, ¿has probado alguna vez el pateen, el auténtico rocío de montaña?
—No —contestó éste, sorprendido—. ¿Qué es eso y de dónde viene?
—Oh, lo siento, eso es un secreto —dijo Jack—, pero es el mejor licor de su género. Si no es veinte veces mejor que el ron o el brandy, puedes dejar de creerme de ahora en más. El hermano de Biddy acaba de enviarme unas cuantas gotas a cambio de un poco de brandy, y corno tú eres un viejo amigo de la familia, he decidido guardarlo para esta ocasión.
—Bien, entonces veamos de qué es capaz eso —dijo Koomara con un brillo en sus ojos.
El pateen era de los mejores y tenía el deje apropiado. A Koomara le encantó, a tal punto que bebió y cantó "Rum bum boodleboo" una y otra vez, rió y dio vueltas hasta que finalmente cayó dormido como una piedra. En ese momento Jack, que se había preocupado por mantenerse sobrio, tomó "prestado" el sombrero de aquél, fue hacia la roca y se arrojó, y pronto estuvo en la morada del murrughach.

Todo estaba rodeado de la más absoluta de las tranquilidades; no había ningún otro murrughach a la vista, ni joven ni viejo. Entró sigilosamente y buscó los tarros hasta encontrarlos. Una vez allí, los dio vuelta, pero no pudo ver nada, tan sólo pudo oír un suave silbido o gorjeo cada vez que levantaba uno de ellos. Jack estaba extremadamente sorprendido, pero recordó que una vez el cura le había dicho que ningún ser vivo podía ver el alma, algo así como lo que pasaba con el aire o el viento. Luego de hacer todo lo que pudo por ellas, colocó los tarros de vuelta en su posición original, y elevó una plegaria para que esas pobres almas llegaran lo más pronto posible a donde quiera que vayan las almas.

Hecho esto, Jack se calzó el sombrero como correspondía esta vez, o sea, con los picos invertidos, pero cuando salió, se dio cuenta de que el agua estaba muy por encima de su cabeza como para llegar saltando, y ahora no tenía a Koomara para darle el empujón, por lo que se puso a buscar a ver si hallaba una escalera, pero no halló ninguna, ni tampoco alguna roca que le pudiera facilitar su tarea. Por fin divisó un sitio donde el mar "colgaba" un poco más bajo de lo habitual, y decidió probar suerte en aquel lugar. Una vez allí, vio un bacalao que se paró justo al lado de él. Jack le tomó la cola de un salto, por lo que el pez, asustado, dio un tirón e impulsó a aquél hacia arriba.

En el preciso instante en el que el sombrero tocó el agua, Jack salió disparado hacia arriba como un corcho de botella, arrastrando detrás de él al pobre bacalao, ya que había olvidado soltarlo. Llegó a la roca en cuestión de segundos, y salió de prisa hacia la casa, feliz por el bien que había hecho.

En ese mismo momento, otra serie de sucesos se desataban en la casa de Jack, debido a que ni bien éste había marchado a cumplir con su misión de liberar a las almas, Biddy estaba regresando al hogar, en el pozo. Cuando llegó, entró en la casa y, viendo el desorden, exclamó:

—Parece que voy a tener bastante trabajo por aquí. ¡Ese canalla de Jack! ¿quién me mandaría a casarme con él? Seguro que, mientras yo estaba rezando por su alma, él trajo alguno de sus amigos borrachos y han estado bebiéndose todo el pateen que mi hermano le regaló y todos los otros licores que había en la casa.
En ese momento Biddy bajó la cabeza y vio al dormido Koomara tendido en el suelo.
—¡Que la Virgen Bendita me proteja! —gritó aterrorizada—. ¡Finalmente acabó por convertirse en una bestia! No sería la primera vez que a alguien le pasa luego de beber tanto. ¡Oh, Jack, cariño!, ¿qué voy a hacer contigo? y para peor, ¿qué haría sin ti? ¿Cómo podría una mujer decente como yo vivir con una bestia?
Lamentándose, Biddy salió corriendo de la casa, sin saber a dónde ir, cuando oyó la conocida voz de Jack canturreando una alegre tonada. Asombrada y feliz ya que su marido estaba sano y salvo, y no convertido en una bestia, fue a su encuentro. En ese momento, Jack se vio obligado a contarle todo, y Biddy, aunque enfadada por haber sido engañada, aceptó de buenas ganas el bien que él había hecho por esas almas.

Luego de la pequeña charla, volvieron a la casa y Jack despertó a Koomara; al ver que éste se encontraba algo deprimido, le dijo que no se preocupara, que el pateen había hecho estragos en los hombres mejor preparados, y que todo se debía a su falta de conocimiento de la bebida; y le recetó que, a modo de medicina, se comiera un pelo de un perro que lo mordiera. El murrughach, sin embargo, consideró que ya había tenido bastante. Se levantó algo tambaleante, y sin siquiera saludar a su anfitrión ni a su esposa, se retiró con la esperanza de poder refrescarse con un viajecito por el agua salada.

Koomara nunca echó de menos las almas. El y Jack continuaron siendo los mejores amigos del mundo, y nadie, jamás, pudo superar a Jack en su liberación de almas del purgatorio; ya que con el tiempo se había armado de una serie de excusas para ir a la casa bajo el mar, sin que su amigo se enterase, y liberarlas abriendo las "jaulas". Le intrigaba el hecho de no poder verlas nunca, pero como ya sabía que eso era imposible, se resignaba de ese modo.

La relación de Koomara y Jack se prolongó por algunos años, hasta el día en que Jack fue a las orillas del mar a dar la señal como de costumbre y no recibir ninguna contestación. Después de lanzar otra piedra, y otra, y otra, continuó sin obtener respuesta, y regresó a su casa. A la mañana siguiente volvió al punto de encuentro, pero sólo para no obtener respuesta nuevamente y, como no tenía el sombrero, no podía bajar a ver qué le había pasado al viejo Koo. Finalmente se tranquilizó, pensando que, o bien el pobre hombre, pez, hombre-pez —o lo que fuera que fuese— había muerto, o trasladado su hogar a otra parte.




Koomara, el murrughach

[i] Entre los duendes del mar, quizás el más nombrado es el murrughach o moruagh (término gaélico que se ha anglicanizado como merrow), palabra que deriva del gaélico muir = mar. Existen varones y mujeres y, mientras los varones poseen un solo diente verde, el pelo de igual color y una exagerada nariz roja (atribuida a los toneles de whisky de malta que recogen de los naufragios), las mujeres son bellísimas, muy semejantes a las sirenas mediterráneas, con largas cabelleras rubias, voz seductora y brillante cola de pez.


lunes, 28 de noviembre de 2016

EL GHUL - LAS MIL Y UNA NOCHES

Estimados amigos, comienzo este pequeño blog en el cual haré recopilación de cuentos que según mi gusto, considero interesantes. Inicio con este en particular que tiene una serie de correcciones mías, ya que las versiones originales que estaban en la web tienen varios errores gramaticales y de ortografía que hacía muy dificultosa su lectura.

Ghouls! Guls! Ghuls!! 

Elijan cualquiera de las tres palabras, ambas significan lo mismo.




Estos seres figuran en las leyendas del medio oriente como una mezcla de vampiros, caníbales, hombres lobos y zombies que acarrean desgracias a quienes se topan con ellos y están relacionados a diversas mitologías de ultratumba. Ellos, en sus cuentos tienen la capacidad cambiar de forma a voluntad y así hacerse pasar por otras personas, a las que devoran de una forma muy sanguinaria y visceral. 

En otros relatos estos personajes hacen su aparición con una forma muy similar a la de los zombies contemporáneos, solo que con la habilidad de poseer poderes mágicos que pueden alterar la percepción de la realidad de los que se topan con ellos.
Y en esta oportunidad tendremos la posibilidad de leer un relato muy interesante en el cual figura uno de estos personajes.
Este cuento pertenece al fabuloso libro Las mil y una noches. Curiosamente este cuento en particular no es muy conocido y pude encontrarlo gracias a un blog en el que figuraba un estudio sobre los primeros cuentos con connotaciones vampíricas que se podían encontrar en diversos libros de leyendas y mitos.


La primera vez que leí este cuento sentí que había encontrado un tesoro al estilo de las viejas historias de vampiros que me gustan, aquellas donde estos seres si representan la maldad en toda su expresión.

Lastimosamente las dos versiones que encontré estaban en muy malas condiciones, en uno se notaba había sido transcrito de forma electrónica y eso daba un gran margen de error que interrumpía la lectura; así que decidí corregir el cuento yo misma. Arregle algunos párrafos y me tomé la libertad de completar algunas descripciones que consideré necesarias para agregarle al cuento un buen hilo narrativo. Obviamente no alteré ni el mensaje ni el contexto, solo lo hice mas legible y estéticamente más agradable.

Hice las correcciones basándome en dos textos; uno que pillé hace mucho y que lastimosamente he perdido la dirección de página web donde figuraba (que al parecer ya no existe). En este primer escrito que encontré, las descripciones del cuento eran más detalladas, mejor explicadas y tenían un toque estético mucho más cuidado que las otras versiones que encontré del cuento en otros blogs. 

Así que al final hice la corrección con los dos textos, el resultado es una mejora considerable de lo que podíamos encontrar en la web, de este cuento que siempre me pareció fascinante. 

He estado buscando alguna versión impresa de Las Mil y Una Noches que contenga este cuento, pero creo que no he tenido suerte, se que en la versiones mas completas debe figurar... cosa costosa porque esas versiones salen un ojo de la cara, así que por el momento esta versión corregida me parece bastante pasable.

Bueno aquí les adjunto el cuento, espero que le guste!

Adjunto una de las direcciones donde pueden encontrar la segunda versión la cual presenta una escritura muy difícil de seguir debido a todos los errores que tiene (y que es la que figura en internet), pero que de igual forma se agradece que haya sido subida, ya sin esa versión tampoco hubiera podido crear esta versión corregida del cuento. 

https://es.wikisource.org/wiki/Las_mil_y_una_noches:0934

Saludos!


Las mil y una noches
Noche 937
El Ghul (primera parte)

Una vez ¡oh rey del tiempo! había un sultán que tenía una hija. Y la tal princesa era hermosa, ¡tan hermosa era que estaba muy solicitada!, muy cuidada además y muy mimada. También era muy revoltosa. Por eso se llamaba Dalal.
Un día estaba sentada y se rascaba la cabeza. Se encontró en la cabeza un piojo pequeño. Le miró un rato, luego se levantó, le cogió en sus dedos y fue a la despensa, en donde había hileras de tinajones de aceite, de manteca y de miel. Destapó un tinajón de aceite, dejó delicadamente el piojo en la superficie, volvió a poner la tapa de la tinaja, encerrando así al piojo, y se marchó.
Transcurrieron los días y los años. La princesa Dalal llegó a cumplir los quince años, habiendo olvidado, desde mucho tiempo atrás, el piojo y su encarcelamiento en la tinaja.
Pero llegó un día que el piojo rompió la tinaja a causa de su gordura, y salió de allí, semejante a un búfalo del Nilo en el tamaño, los cuernos y el aspecto. Y el guardián, apostado a la puerta de la despensa, huyó aterrado, llamando a los criados con grandes gritos. Acosaron al piojo, le cogieron por los cuernos y le condujeron ante el rey.
Y el rey preguntó:
-¿Qué es esto?
Y la princesa Dalal, que estaba allí de pie, exclamó
-¡Ay! ¡Si es mi piojo!
Y el rey, estupefacto, le preguntó
- ¿Qué dices, hija mía?
Ella contestó
-Cuando era pequeña, me rasqué un día la cabeza, me encontré en la cabeza este piojo. Entonces le cogí y fui a meterle en la tinaja de aceite. Ahora se ha puesto gordo y grande;  ha roto la tinaja.
Y el rey, al oír aquello, dijo a su hija.
- Hija mía, al presente tienes necesidad de casarte. Porque, lo mismo que el piojo ha roto la tinaja, corres tú el riesgo de saltar el muro e ir en busca de hombres. Por eso lo mejor al presente es que yo te case. ¡Alah proteja nuestros blasones!"
Luego se encaró con su visir y le dijo:
- Degüella al piojo, desuéllale y cuelga su piel a la puerta del palacio. Y llevarás contigo a mi porta alfanje y al jeique de los escribas de palacio, encargado de los contratos de matrimonio. Y se casará con mi hija el que advierta que la piel colgada es una piel de piojo. Pero al que no conozca la piel, se le cortará la cabeza y se colgará su piel a la puerta, junto a la del piojo".
El visir degolló al piojo acto seguido, le desolló, y colgó la piel a la puerta del palacio. Luego despachó un pregonero, que gritó por la ciudad.
-El que conozca qué piel es la que hay colgada a la puerta del palacio, se casará con El Sett Dalal, la hija del rey. Pero al que no la conozca, se le cortará la cabeza"
Y desfilaron ante la piel del piojo muchos habitantes de la ciudad. Y dijeron unos.
- Es la piel de un búfalo- Y se les cortó la cabeza.
Y dijeron otros.
- "Es la piel de un revezo. Y se les cortó la cabeza.
De tal suerte, se cortaron cuarenta cabezas, y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán…
Entonces un día pasó un joven misterioso… que era tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y preguntó a la gente:

- ¿A qué obedece esta aglomeración delante del palacio?"
Y le contestaron.
-¡El que sepa de quién es esta piel se casará con la hija del rey!
Y el joven con paso firme se acercó al visir, al porta alfanje y al jeique de los escribas, que estaban sentados bajo la piel, y les dijo:
-¡Yo os diré qué piel es ésa!
 Y le contestaron:
-Está bien.
El les dijo
- Es la piel de un piojo crecido en aceite.
Y ellos le dijeron asombrados:
-¡Es verdad! Entra, ¡oh bravo! y haz el contrato de matrimonio en el aposento del rey.
Y entró él a presencia del rey, y le dijo.
-Es la piel de un piojo crecido en aceite.
Y el rey dijo impresionado por la seguridad con la que enunciaba esas palabras el joven que tenía en frente. Entonces se levantó emocionado el rey y clamó aplaudiendo.
- ¡Es verdad! ¡Extiéndase el contrato de matrimonio de este bravo con mi hija Dalal!
Y se extendió el contrato en aquella hora y en aquel instante. Y se celebraron las bodas.
El joven canopeano penetró en la cámara nupcial, y compartió con la virgen Dalal. Y ella quedó muy contenta y prendada en los brazos del joven que era hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.

Estuvieron juntos en palacio cuarenta días, al cabo de los cuales entró el joven en el aposento del rey y le dijo.
-Soy hijo de un rey y sultán, y quisiera llevarme a mi esposa y partir para el reino de mi padre, y quedarme en nuestro palacio.
 El rey intentó disuadirlo, tras de insistir por retenerle todavía algún tiempo, pero fue inútil el joven tenía una determinación de hierro; el rey acabó por decirle.
-Está bien…-. Y añadió- Mañana, hijo mío, te daremos regalos, esclavos y eunucos.
Y el joven contestó.
-¿Para qué? Tenemos muchos, y no quiero nada más que a mi esposa Dalal.
Y el rey le dijo.
- Está bien. Llévatela, pues, y márchate. Pero también te ruego que también te lleves con ella a su madre, para que sepa su madre dónde vive su hija, y vaya a verla de cuando en cuando. El joven contestó.
-¿Para qué vamos a fatigar inútilmente a su madre, una mujer de edad? Yo me comprometo a traer aquí a mi esposa cada mes para que la veáis todos.
Era tan hábil el joven hablando con destreza sobre sus planes, que terminó convenciendo al rey, el cual se despidió de su hija esa noche.
Y el joven se llevó a su esposa Dalal y partió con ella para su país.
Pero aquel joven tan hermoso no era otra cosa que un ghul entre los ghuls, y de la especie más peligrosa. Llevó a Dalal a su casa, que estaba situada en soledad, en la cima de una montaña desértica, una vez acomodados allí, el joven se dispuiso a salir a realizar sus actividades diarias y dejó sola a su esposa..

Aquel ser se fue penetrando la noche, fue a batir el campo con plagas, a salir a los caminos, a hacer abortar a las mujeres encinta, a producir miedo a las viejas, a aterrar a los niños, a aullar con el viento, a ladrar a las puertas, a chillar en la noche, a frecuentar las ruinas antiguas, a sembrar maleficios, a gesticular en las tinieblas, a visitar las tumbas, a husmear muertos, y a cometer mil atentados y a provocar mil calamidades… Tras de lo cual volvió a tomar su apariencia de joven y se encaminó a su casa en la mañana.
Abrió la puerta y su joven he inocente esposa lo esperaba, intrigada al borde del miedo, y la extrañez. El ghul se acercó a ella y de su costal sacó algo para que ella cocinase en la cena, puso en manos de su esposa Dalal una cabeza de hijo de Adán, diciéndole:
-Toma esta cabeza, Dalal, cuécela al horno, y pártela en pedazos para que nos la comamos juntos.
Y ella le contestó disimulando su horror.
-Pero si es la cabeza de un hombre… Yo solo como las que son de carnero…
El al ver la reacción de ella quiso ponerla a prueba y le dijo “No será que mi querida y hermosa esposa desconfía de su actual esposo por creerle una abominación peligrosa?”.

La joven respondió temblando “No, como te atreves a asegurar semejante cosa? Si mi querido esposo es tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Yo simplemente no podría comer aquella cabeza de hijo de adan por que no me apetece, pero si deseas comértela tu, puedo guisarla para ti”.
El dijo mirándola de reojo.
-Está bien- Y fue a buscar para ella un carnero. Y ella los preparó ambos, las dos cabezas y ambos comieron.
Continuaron viviendo completamente solos en aquella soledad, entregada sin defensa Dalal a aquel ogro joven con apariencia hermosa, y el ogro entre sus andanzas entregándose a sus fechorías para volver luego a ella con señales de matanza, de violación, de carnicería y de asesinato.
Y al cabo de ocho días de aquella vida, el joven ghul salió de casa sonriendo con malicia y después de despedirse de su esposa fingió que partía lejos nuevamente. Pero no fue así, se detuvo en el retorno del camino y allí se transformó, tomando la apariencia y la cara de la madre de su esposa; y se puso vestidos de mujer; y fue de vuelta para su casa a llamar a la puerta.
Y Dalal miró por la ventana y preguntó asustada.
-¿Quién llama a la puerta?.
Y el ghul contestó con la voz de la madre, y dijo.
 -¡Soy yo! abre, hija mía.
Y ella bajó de prisa y abrió la puerta. Dalal que en esos ocho días se había puesto delgada, pálida y desmejorada, recibió a la que creía que era su madre con algo de panico.
El ghul, bajo la forma de la madre, le dijo, después de los abrazos.
-¡Oh hija mía querida! he venido a tu casa, a pesar de la prohibición, porque nos hemos enterado de que tu marido es un ghul que te hace comer carne de hijos de Adán. ¡Ah! ¿Cómo te va, hija mía? Ahora tengo mucho miedo de que también te coma a ti. ¡Ven, y huye conmigo!.
Pero Dalal, que no quería hablar mal de su marido por temor a que él se enterase y vertiese su ira sobre ella, contestó.
-Calla, ¡oh madre mía! ¡Aquí no hay ni ghul ni olor de ghul! ¡No digas esas cosas para perdición nuestra! Mi esposo es un hijo de rey, tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y me da de comer todos los días un carnero cebado".

El Joven ghul con la forma de la madre de Dalal miró de reojo a la joven y comprobando su lealtad, se dispuso a retirarse del lugar con el corazón regocijado.
Y recuperó su hermosa forma primitiva, y fue a llevarle un cordero, y a decirle.
 -¡Toma, manda guisarlo, Dalal!
Ella le dijo.
-Ha venido aquí mi madre. Yo no tengo la culpa. Y me ha dicho que te salude en su nombre.
El contestó.
-¡Verdaderamente, siento no haber venido un poco antes para encontrar a la abnegada esposa de mi tío!- Y mirándola amenazantemente acotó –tu madre a quien no le dirías nada sobre nuestras actividades recientes, ¿verdad?.
A lo que Dalal respondió.
-¿Cuales querido esposo?, todo ha sido normal y glorioso desde que vivimos juntos, que podría yo comentarle a ella que te inoportune?  
El ghul miró con satisfacción a su esposa y mientras terminaba de comer le dijo.
-¿Te gustaría también ver a tu tía, la hermana de tu madre?
 Ella contestó
-¡Oh! ¡sí!
 El le dijo.
-Está bien. Mañana te la mandaré.
Y he aquí que al día siguiente, cuando despuntó el alba, salió el ghul, se transformó en la tía de Dalal, y fue a llamar a la puerta. Dalal preguntó desde la ventana.
 -¿Quién es?
 El le dijo.
-¡Abre, que soy yo, tu tía! He pensado mucho en ti, y vengo a verte.
Y la joven bajó y le abrió la puerta. Y el ghul, disfrazado de tía, besó a Dalal en las mejillas, lloró largas y repetidas lágrimas, y dijo.
-¡Ah! ¡oh hija de mi hermana! ¡ah! ¡qué dolores y calamidades!"
Y Dalal preguntó haciéndose a la extrañada.
-¿Por qué tia?
La tía dijo:
-¡Ay! ¡ay! ¡ay!
La joven preguntó
-¿Dónde te duele, tía mía?
La tía dijo.
-En ninguna parte, ¡oh hija de mi hermana! ¡Es que sufro por ti! ¡nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul!.
Pero Dalal contestó: "¡Calla, no digas esas cosas, tía! Mi esposo es hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán. Sus tesoros son mayores que los tesoros de mi padre. Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable á la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar". Luego le hizo almorzar una cabeza de carnero, para demostrarle bien que en casa de su esposo se comía carnero y no hijo de Adán. Y el ghul se marchó, después de almorzar, contento y satisfecho. El ghul no dejó de volver bajo su apariencia de joven, con un carnero fresco para Dalal, y con una cabeza de hijo de Adán, recién cortada, para sí mismo.
Dalal le dijo.
-Ha venido mi tía a visitarme, y me encargó que te saludara
El dijo.
-¡Loores a Alah! Son muy amables tus parientes, que no me olvidan.¿Quieres mucho a tu otra tía, la hermana de tu padre?
Ella dijo intentando disimular sus nervios
-¡Oh sí! La quiero mucho!
El dijo
-Está bien. ¡Yo te la mandaré mañana, y después ya no volverás a ver a ninguno de tus parientes, porque temo a lo que ellos puedan hablar a los demás de nosotros. Dicho eso, Dalal se asustó mucho y aquel brillo de miedo y fría desesperanza que titilaba desde sus ojos fue captado por el ghul que sintiéndose satisfecho se regocijo para sí mismo desde su aparente rostro apacible.
 Al día siguiente el Ghul se presentó a Dalal bajo la forma de la tía, hermana de su padre. Y tras de las zalemas y los besos de una y otra parte, la tía lloró abundantemente y sollozó con mayor desesperación, y dijo:
-¡Qué desgracia y qué desolación ha caído sobre nuestra cabeza y sobre la tuya, ¡oh hija de mi hermano! Nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul. Dime la verdad, hija mía, por los méritos de nuestro Mahomed (¡con El la plegaria y la paz!)"
Entonces Dalal presa del pánico no pudo guardar por más tiempo el secreto que la ahogaba, y dijo en voz baja, temblando y con lágrimas en los ojos.
-¡Calla tía, calla, no vaya a ser que nos deje él más anchas que largas! Figúrate que me trae cabezas de adamitas; y como los rehusé, se las come él solo. ¡Ah! ¡Tengo mucho miedo de que me coma el día menos pensado!"
En cuanto Dalal hubo pronunciado estas palabras, la tía tomó su verdadera forma, convirtiéndose en el ghul, uno de aspecto tan espantoso que le puso a rechinar los dientes a la joven del puro terror. Y con esa apariencia intimidante se acercó a Dalal y le dijo, sin enfadarse.
-¿Tan pronto descubres mi secreto, Dalal?
Y ella se arrojó a sus pies, y le dijo.
-¡Me pongo bajo tu protección! ¡Perdóname por esta vez!
Él le dijo.
-¿Me has perdonado tú delante de tu tía? ¿Y me dejaste con honor? ¡No! No puedo perdonarte. ¿Por dónde empezaré a comerte?
Ella le contestó.
-Ya que es absolutamente preciso que me comas, será porque ese es mi destino. Pero hoy estoy sucia; y será malo para tu boca el sabor de mi carne. Más vale, pues, que por de pronto me conduzcas al hammam (baño turco) para que me lave en honor tuyo. Y cuando salga del baño estaré blanca y dulce. Y el sabor de mi carne será delicioso para tu boca, y entonces podrás comerme, empezando por donde quieras". Y el ghul contestó: "¡Es verdad, oh Dalal!
Y en aquella hora y en aquel instante le presentó una tina grande para baño, y ropas de hammam. Luego fue a buscar a un ghul amigo suyo, a quien convirtió en un borrico blanco, transformándose él mismo en arriero. Puso a Dalal en el borrico, y salió con ella en dirección al hammam del primer pueblo, llevando a la cabeza la tina de baño.
Y al llegar al hammam dijo a la celadora del lugar.
-Aquí tienes para ti de regalo tres dinares de oro, a fin de que hagas tomar un buen baño a esta señora, que es hija de rey. Y me la devolverás como te la he confiado. Y entregó a Dalal a la portera, y se quedó afuera, ante la puerta del hammam.
Dalal entró en la primera sala del hammam, que era la sala de espera, y se sentó en el banco de mármol, muy sola y muy triste, junto a tu tina de oro y su envoltorio de vestiduras preciosas, mientras entraban en el baño todas las jóvenes, y se bañaban y se hacían dar masajes, y salían alegres, jugueteando entre ellas. Y Dalal, lejos de estar contenta como las demás, lloraba en silencio en su rincón. Y las jóvenes fueron hacia ella, y díjole cada cual.
 -¿Qué te ocurre, hermana mía, y por qué lloras? Levántate ya, desnúdate y toma un baño con nosotras".
Pero ella les contestó, después de darles gracias.
-¿Acaso el baño puede lavar las preocupaciones? ¿Acaso puede curar las penas sin remedio?
Y una añadió
- Siempre es tiempo de bajar al baño.
Entretanto, una vieja vendedora de altramuces y de alfónsigos tostados entró al hammam, llevando a la cabeza el cuenco de altramuces y alfónsigos tostados. Y las jóvenes le compraron de aquello, quién una piastra, quien media piastra, quién dos piastras. Y al fin, por distraerse un poco comiendo alfónsigos y altramuces, la entristecida Dalal también llamó a la vieja vendedora, y le dijo:
-Ven, ¡oh tía mía! y dame solamente una piastra de altramuces.
Y la vendedora se acercó y se sentó y llenó de altramuces la medida de cuerno de una piastra. Y Dalal, en vez de darle una piastra, le puso en las manos su collar de perlas, diciéndole:
-Tía mía, toma esto para tus hijos.
Y como la vendedora se deshiciera en cumplimientos y besamanos, Dalal le dijo:
-¿Querrías darme tu cuenco de altramuces y los vestidos rotos que llevas, y tomar de mí, en cambio, esta tina de oro para baño, mis alhajas, mis trajes y este envoltorio de ropas preciosas?"
Y la vieja vendedora, sin poder creer en tanta generosidad, contestó
-¿Por qué, hija mía, te burlas de mí, que soy pobre?
Y Dalal le dijo
-¡Mis palabras para contigo son sinceras, vieja madre mía!
Entonces la vieja se quitó sus vestidos y se los dio. Y Dalal se vistió con ellas en seguida, se puso el cuenco de altramuces a la cabeza, se envolvió con el velo azul hecho jirones, se ennegreció las manos con el barro del piso del hamman, y salió por la puerta en que estaba sentado su esposo el ghul.
La joven fingía su gritando con voz chillona y  temblorosa:
-¡Altramuces asados, que distraen! ¡Alfónsigos tostados que divierten"- como hacen las vendedoras de profesión.
Cuando estuvo ella lejos, el ghul, que no la había reconocido, percibió el olor de la joven con su olfato de ghul, y se dijo.
-¿Cómo es posible que el olor de Dalal resida en esa vieja vendedora de altramuces? ¡Por Alah, voy a ver a qué obedece!
Y gritó:
-¡Eh, vendedora de altramuces! ¡eh, la de los alfónsigos!
Pero como la vendedora no volvía la cabeza, se dijo él.
-¡Más vale que vaya a enterarme en el hammam!
Y fué a preguntar a la celadora.
-¿Por qué tarda en salir la señora que te he confiado?
La celadora contestó.
-En seguida saldrá con las demás señoras, que no se van hasta la noche, porque están ocupadas en depilarse, en teñirse los dedos con henné, en perfumarse y en trenzarse los cabellos.
Y el ghul se tranquilizó, y de nuevo fué a sentarse a la puerta. Esperó pacientemente a que salieran del hammam todas las señoras. Y la celadora de la puerta salió la última, y cerró el hammam. Y el ghul le dijo.
-¡Eh! ¿qué haces? ¿Vas a dejar encerrada a la señora que te he confiado?
La mujer dijo:
-Pero si ya no hay nadie en el hammam, a no ser la vieja vendedora de altramuces, a quien dejamos dormir todas las noches en el hammam, porque no tiene una yacija.Y el ghul cogió a la celadora por el cuello, y la zarandeó y estuvo a punto de estrangularla. Le gritó:
-¡Oh alcahueta! ¡tú responderás de la señora! ¡Y a ti te la exigiré!
Ella contestó.
-Yo soy celadora de ropas y babuchas, pero no celadora de mujeres.
Y como le apretara el más fuerte el cuello, se puso a gritar:
-¡Oh musulmanes, socorredme!
Y el ghul empezó a pegarla, mientras de todas partes acudían los hombres del barrio. Y gritaba
-¡Aunque esté en el séptimo planeta, me la tienes que devolver!, ¡oh, instrumento de zorras viejas!
 Y esto es lo referente a la vieja celadora del hammam y a la vieja vendedora de altramuces.
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalal! Una vez que salió del hammam y consiguió burlar la vigilancia del ghul, siguió andando para volver a su país, andando perdida en medio de la desolación del desierto. Y cuando estuvo a bastante distancia de la ciudad, encontró un arroyuelo en donde se lavó manos, cara y pies, y se dirigió a una morada que se erguía muy cerca de allí, y que era el palacio de un rey y allí se desplomó agotada por el cansancio.
Se sentó junto al muro del palacio. Y una esclava, que había bajado para hacer un recado, la vio y subió a decir a su señora: "¡Oh mi señora! si no fuera por el miedo y el terror que te tengo, te diría sin temor a mentir, que abajo hay una mujer más bella que tú".


La señora contestó: "Está bien. ¡Ve a decirle que suba!"
Y la esclava bajó y dijo a la joven Dalal:
"Hey tu! Ven arriba ¡oh señora! a hablar con mi ama".
Pero Dalal contestó
-Oh como me gustaría, pero presa del turbación soy y aquello me impide moverme, a quien pueda liberarme de este temor seguramente mis extremidades responderán, pero mientras tanto desgraciada estoy puesto que aquel monstruo debe estar viniendo en mi búsqueda y yo en estas circunstancias.
Y la esclava se fue a contar a su señora lo que Dalal le había dicho. Entonces la dama llamó a su hijo, el hijo del rey, y le dijo.
-Baja entonces tú y trae a aquella dama que está abajo, que parece paralizada del miedo.
Y el joven príncipe, que por su hermosura era semejante a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar, bajó en busca de la joven que yacía postrada con los viejos ropajes, y le dijo: "¡Oh señora! ten la bondad de subir al harén de mi madre la reina". Y al verlo Dalal no supo dar crédito a lo que sus ojos revelaban, aquel joven era tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Cosa que le hizo temblar y adolecer. El príncipe sin entender se acercó a ella y le miró con tiernos ojos y le dijo “Mi madre la reina está arriba, con todo su harem, ya no correrás peligro estimada dama” y al escucharle pudo comprender que se trataba del verdadero príncipe Canopeo y de buen corazón y aceptó diciéndole.
-Contigo subiré, porque eres hijo de adan, de un rey y sultán, como yo soy hija de adan, de un rey y sultán.
Y aliviada subió las escaleras delante de él.
He aquí que, no bien el joven príncipe vió a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por ella le invadió el corazón
Y por su parte, el alma de Dalal se conmovió a la vista del joven príncipe. Y a su vez, la dama esposa del rey, cuando vio a Dalal, dijo para sí.
-Eran exactas las palabras de la esclava. Es más hermosa que yo, en efecto.
Así es que, después de las zalemas y cumplimientos, el hijo del rey dijo a su madre:
-Quisiera casarme con ella, porque es evidente que se trata de una noble princesa con sangre de reyes". Y la madre le dijo.
-Eso es cosa tuya, hijo mío. Tú debes saber lo que haces.
Y el joven príncipe, le expresó a Dalala el deseo de casarse con ella y ella aceptó, ese mismo día el príncipe llamó al kadí, y en aquella hora y en aquel instante hizo extender el contrato de matrimonio y celebrar sus nupcias con Dalal. Y entró en la cámara nupcial.
Pero ¿qué fue del ghul mientras tanto? Helo aquí.
El mismo día en que se celebraron las bodas, un hombre que conducía un carnero blanco muy grande, fue a decir al rey, padre del príncipe.
-¡Oh mi señor! soy un feudatario, y te traigo de regalo, con motivo de las bodas, este gordo carnero blanco que hemos cebado. Pero hay que tener atado este carnero a la puerta del harén, porque ha nacido y se ha criado entre mujeres, y si le deja abajo, balará toda la noche y no dejará dormir a nadie.
Y el rey dijo.
-Está bien, lo acepto- Y dió un ropón de honor al feudatario, que se marchó por su camino. Y entregó el carnero blanco al agha del harén, diciéndole- ¡Sube a atar este carnero a la puerta del harén, porque no le gusta estar más que entre mujeres!
Y he aquí que, cuando llegó la noche de bodas, el hijo del rey entró en la cámara nupcial y se durmió al lado de Dalal, y una vez estuvieron juntos, el príncipe salió al escuchar un ruido que provenía de el pasillo que quedaba cruzando el harem. Una vez hecho esto, el carnero se despertó, rompió su cuerda y entró en la habitación agresivamente y tomando su maliciosa forma humana, se acercó a Dalal, que al verlo se horrorizó, el Ghul, agarró a Dalal por los hombros. Y la sacó al patio pidiéndole silencio con perspicacia. Le dijo, sin enfadarse:
"Dime, Dalal, ¿me has dejado aún algo de honor?"
Ella le dijo: "¡Bajo tu protección! ¡No me comas!”
Él le dijo relamiéndose: "¡De esta vez no pasa!"
Entonces le dijo ella: "Antes de comerme, espera a que entre en el retrete del patio para hacer una necesidad". Y el ghul que detestaba la suciedad dijo: "Está bien". Y la condujo al retrete y se quedó guardando la puerta en espera de que acabase.
No bien Dalal estuvo dentro del retrete, elevó ambas manos, y dijo.
-¡Oh Nuestra Señora Zeinab, hija de nuestro Profeta bendito! ¡oh tú, que salvas de la desdicha, ven en mi socorro!"
Y al punto le envió la santa a la que había aclamado una de sus más poderosas secuaces entre las hijas de los genn, que hendió el muro, y dijo a Dalal.
-¿Qué deseas, Dalal?
 Y Dalal contestó.
-Ahí fuera está el ghul, que va a comerme en cuanto salga.
La aparecida dijo.
-Si te libro de él, ¿me dejarás besarte una vez?
Dalal dijo que si.
Entonces la gennia de Sett Zeinab hendió el tabique del patio, y cayó bruscamente sobre el ghul, aprisionandolo contra sus agiles brazos. El ghul viéndose atacado intentó luchar contra la gennia, pero esta era muy diestra y portaba armas muy poderosas.
La gennia no tardó en reducirle con sus propias manos y el ghul ya no pudiendo aguantar más su farsa cambió de forma con la intensión de herirla con sus cuernos, garras y colmillos, tomando la más atemorizante figura que alguna vez hayan mirado los ojos de mortal alguno, opuso resistencia. La poderosa gennia intentaba inmovilizar al monstruo en el piso mientras sacaba un cetro de sus ropajes y lo elevaba en alto, después de pronunciar unas palabras, ella pudo poner uno sus pies sobre el ghul que se retorcía y con la fuerza del cetro le dio de patadas que le reventaron las carnes y llenaron todo el lugar con su roja sangre. La semi- diosa tenía uno de sus brazos dentro de las entrañas del ghul que se encorvaba y se lastimaba. Finalmente cayó él, muerto de repente.
Entonces la gennia volvió al retrete y cogió a Dalal de la mano y le mostró al Ghul, tendido en la tierra, desfigurado y sin vida. Luego le sacaron del patio y le echaron al foso. ¡Y esto es, en definitiva, lo referente a él!
Y la gennia besó a Dalal una vez en la mejilla, y le dijo.
-Ahora, Dalal, voy a pedirte un servicio
Dalal contestó
- A tus órdenes, querida.
La gennia dijo.
-¡Deseo que vengas conmigo, solamente por una hora, al mar de Esmeralda!
Dalal contestó.
-Está bien. Pero ¿para qué?"
La gennia contestó.
-Está enfermo mi hijo, y ha dicho nuestro médico que no se curará más que bebiendo una escudilla en el mar de Esmeralda. Pero nadie puede llenar de agua una escudilla en el mar de Esmeralda, a no ser una hija de los hombres. Y aprovecho el haber venido a verte para pedirte ese servicio.
Y Dalal contesto.
-Por encima de mi cabeza y de mis ojos, con tal de estar aquí de regreso antes que se levante mi esposo.
La gennia dijo.
-Desde luego.

Y la hizo montarse en sus hombros y la llevó a orillas del mar de Esmeralda. Y le dio una escudilla de oro. Y Dalal llenó la escudilla con aquella agua maravillosa. Pero, al retirarla, una ola le mojó la mano, que inmediatamente se le puso verde como el trébol. Tras de lo cual la gennia hizo subir de nuevo a Dalal en sus hombros, y la dejó en la cámara nupcial junto al joven. Y esto es lo referente a la secuaz de Sett Zeinab (¡con ella la plegaria y la paz!)